Monasterio de Monjas Cisterciense Calatravas Moralzarzal
El fin espiritual de la Comunidad se manifiesta especialmente en la celebración litúrgica, a la cual dedican gran parte de la jornada, para cumplir en unión de la Iglesia la función sacerdotal de Cristo, ofreciendo a Dios un sacrificio de alabanza e intercediendo por la salvación de todo el mundo.
La oración pública se prolonga a lo largo del día mediante la oración silenciosa y personal.
En la lectio divina, la monja se entrega a la escucha y rumia de la Palabra de Dios, fuente de oración y escuela de contemplación; en ella, la monja dialoga con Dios de corazón a corazón.
El trabajo, arduo y redentor, fuente de una fecunda ascesis, ofrece a las monjas la ocasión de participar en la obra de la creación y comprometerse en el seguimiento de Cristo pobre.
Orígenes
EL singular fenómeno de las Ordenes Militares es fruto de la fe y forma de vida propias del medievo.
En cierto sentido podría afirmarse que sus miembros fueron los herederos de los ideales de la llamada Orden de Caballería que recogía en su seno un largo proceso evolutivo, que arrancando del guerrero primitivo, tosco y brutal cuya fuerza residía con frecuencia en su fuerza y la destreza del uso de sus armas, al ejemplarizado caballero medio monje y medio soldado, como fruto maduro de progresiva cristianización de las costumbres de la sociedad medieval.
Junto a tan singular modo de vida hay que situar las célebres Cruzadas, la otra gran originalidad que pone ante nuestros ojos el espíritu aventurero, ardiente, lleno de fe, y no poco bárbaro, del hombre de la Edad Media.
Si a las Ordenes Militares, a las Cruzadas, al espíritu caballeresco de vivir la fe cristiana en el medievo y a los grandes complejos monástico-militares del Temple y las otras Ordenes Militares ya se han dedicado amplios y documentados estudios, no ha sido tal el caso por lo que respecta a la «parte femenina» de esas mismas Ordenes Militares.
Quisiéramos presentar ahora unos breves datos sobre el tema, que sirvan como punto de partida para estudios más complejos e informaciones más sustanciosas. Nos parece que debemos hacer justicia histórica a ese «complemento» de las Ordenes Militares que extiende sus ramas hasta hoy día, aportando frutos importantes a la historia y a la espiritualidad Cistercienses y que, en definitiva, forma parte de su gran patrimonio, máxime cuando aún hoy existen comunidades vivas descendientes y herederas de unos ideales que, aunque se crea lo contrario, no han prescrito aún, y tienen excelente cabida en el carisma cisterciense, tal y como este quiere presentarse ya en este siglo XXI.
El origen de las monjas en las Ordenes Militares responde también a la mentalidad cristiana y comprensión del ideal de caballería cristiana de que estaban imbuídos aquellos hombres que favorecieron el nacimiento y desarrollo de las comunidades femeninas, que debían servir de soporte orante y de intendencia espiritual a sus campañas militares y al mantenimiento de su vida espiritual.
«Moisés dijo a Josué: ‘Elige hombres y ataca mañana a Amalec. Yo estaré sobre el vértice de la colina con el cayado de Díos en la mano’. Josué hizo lo que le había mandado Moisés, y atacó a Amalec. Aarón y Jur subieron con Moisés al vértice de la colina. Mientras Moisés tenía alzada la mano llevaba Israel la ventaja, y cuando la bajaba, prevalecía Amalec. Como las manos de Moisés estaban pesadas, tomaron una piedra y la pusieron debajo de él para que se sentara, y Aarón y Jur sostenían sus manos, uno de un lado y otro de otro; y así sus manos se mantuvieron firmes hasta la puesta del sol, y Josué exterminó a Amalec y a su pueblo al filo de la espada.» (Ex. 17, 9-14).
La reflexión sobre este pasaje bíblico les determinó en esta tarea. Ellos ciertamente necesitaban un Moisés que mantuviese en alto sus manos intercesoras mientras ellos peleaban en los campos de batalla; necesitaban a alguien tan potente y fuerte ante Dios que fuese capaz de aguantar en alto, venciendo el cansancio y la fatiga, hasta la puesta del sol, el deseado desarrollo de la batalla, alguien que no se rindiese ante la pesadez del ejercicio de las armas, alguien tan fuerte y poderoso que tuviese un corazón capaz de entregarse en total olvido, para agradar a Dios y que él lo mirase complacido y accediese con gusto a sus peticiones, ruegos y oraciones…
Lo decidieron: necesitaban una comunidad de «hermanas» que quisieran cubrir esta laguna orante en su batallar diario en favor del pueblo y de su fe por amor de Dios; y puesto que guerreaban contra poderosos enemigos, a El querían dar la victoria.
En tiempos del IX Maestre D. Gonzalo Yáñez de Novoa que gobernó la Orden desde 1218 a 1239 se llevó a cabo la fundación –en 1219–, del primer monasterio de monjas Calatravas, en San Felices de Amaya (Burgos).
Un año antes en 1218, en Pinilla de Jadraque (Guadalajara), ya se había fundado de nueva planta un monasterio femenino de la Orden de Císter. La iniciativa había partido del matrimonio Fernández de Atienza, poniéndose el cenobio bajo la advocación del Santísimo Salvador. El obispo de Sigüenza receptor de los bienes, D. Rodrigo, llevó a cabo la fundación y trajo como abadesa del cenobio a Doña Urraca Fernández, del monasterio de Valfermoso de las Monjas, que hoy es benedictino. El monasterio se edificó en Sothiel de Hacham, en el término de Pinilla, que más tarde se unió a Jadraque, o Xadrache
Pronto pasó a la observancia Calatrava, antes de 1265, –según algunos documentos que se conservan en el archivo de la Comunidad,– prestando las monjas a partir de entonces obediencia a los Maestres, quienes las dotaban de nuevas constituciones así como de su espíritu e idiosincrasia propias. Entorno a la segunda mitad del Siglo XII, se puso la cruz roja de la Orden sobre sus escapularios negros y sus blancas cogullas.
La tercera y última comunidad de Calatravas estuvo situada en el corazón mismo del señorío calatravo: la ciudad de Almagro (Ciudad Real), y su convento estuvo dedicado a María, en su misterio de la Asunción, según tradición de todas las casas cistercienses. Se fundó en el año 1544, siendo su fundador el Comendador Mayor D. García de Padilla.
Ya habían cambiado no poco los aires dentro de la Orden de Calatrava. Su Maestrazgo se había incorporado perpetuamente a la Corona de España y fue bajo el reinado del Emperador Carlos V cuando se llevó a cabo esta fundación, la más noble de las tres y la que dispuso de convento más rico y mejor dotado. La ocasión fue la dotación espléndida y excesiva que este Comendador Mayor, que murió con gran fama de santidad, hizo de un hospital en Almagro. Una vez edificado y dotado convenientemente el hospital el resto del legado se destinó a esta fundación.
La Orden vigilaba la vida de estas comunidades y las mantenía bajo su jurisdicción, ante la atenta mirada de su Maestre, que era el auténtico superior del Monasterio; éste, por sí mismo o por delegación en algún Comendador, confirmaba las nuevas admisiones, daba los oportunos permisos a la Abadesa, autorizando sus gestiones –sobre todo económicas–, visitaba, él personalmente o por un delegado, el convento; presidía la elección abacial cada tres años (aunque la Abadesa siempre podía acudir en caso de no ser convenientemente atendida por el Maestre, o cuando existía desacuerdo con él, al Abad de Morimond, que era la instancia superior de ambos).
Las «Visitas» del Maestre o sus representantes, efectuadas cada 3 años eran verdaderas Visitas Regulares. Normalmente las hacía un monje clérigo y un caballero, ambos calatravos. Se realizaba un escrutinio secreto a cada monja; visitaban el interior de la clausura, presidían la elección abacial y dejaban un escrito similar a las actuales Cartas de Visita, con los puntos que debían reformarse y los detalles de observancia en que debía ponerse mayor empeño.
La parte masculina de la Orden protegió a las monjas en todas sus necesidades a través de los siglos: estando a su lado, intentando cubrir sus necesidades; ayudando a las monjas en sus gestiones financieras y administrativas. Mientras existieron los miembros masculinos religiosos sobre ellos recaían las obligaciones de regir las capellanías con todas sus necesidades, y cuando llegó el caso las protegieron de la mejor manera que pudieron.
Evolución
Esta comunidad de monjas cistercienses se fundó en el año 1218 en la localidad de Pinilla de Jadraque (Guadalajara), primer lugar de asentamiento y desarrollo.
Las ruinas que hoy quedan de su edificio han ido sufriendo a lo largo de los siglos una serie de modificaciones que no nos permiten darnos una idea exacta de lo que fue su vida allí; pero lo que nos han legado, junto con la documentación existente, nos permiten llegar a saber que llevaron una vida próspera y apacible, silenciosa y sencilla, apartada de los grandes centros urbanos, muy a propósito para un monasterio cisterciense femenino de los siglos XIII al XVI, porque a ellas también les llegó la orden real de Felipe II para abandonar el lugar y habitar otro intramuros de alguna ciudad.
Las últimas obras de reforma se habían concluido en 1551, según consta en el grabado de una piedra con la cruz primitiva de la Orden, colocada sobre la puerta de acceso al recinto.
En 1576, el Real Consejo daba permiso a las monjas para efectuar el cambio. El lugar elegido fue Almonacid, junto a la encomienda de la Orden de Zorita de los Canes, cambiando su nombre por el de la Purísima Concepción de Nuestra Señora. Allí se comenzó la edificación del nuevo convento, que en 1581, estando ya el inmueble terminado, recibía a la Comunidad.
Pronto se levantaron voces de alarma debido a la insalubridad del lugar y a la pobreza extrema en la que vivían –en sólo los primeros años de permanencia murieron 24 monjas–. Pero gracias al esfuerzo de Doña Jerónima de Velasco, su abadesa, la Comunidad logró salir de allí en 1623 trasladándose entonces a Madrid. Mientras se edificaba su monasterio residieron en la calle Atocha durante 6 años. En 1629, bajo la abadiato de Doña María de Peralta se trasladaron a la calle de Alcalá.
La oración, los trabajos manuales y el oficio divino eran las principales ocupaciones de las monjas. En 1670 se colocó la primera piedra de la iglesia. Su bello exterior renacentista se remató con una torre ochavada, colocándose en la fachada principal las imágenes de la Inmaculada sobre la puerta y la cruz de la Orden en el rosetón, flanqueada por las estatuas de San Raimundo y Diego Velázquez. Poco después –en 1721–, se recibía una importante reliquia de San Raimundo, en una arqueta-relicario de plata repujada, que fue colocada sobre el altar mayor, en un lugar preeminente. El templo, desde entonces, fue utilizado por los caballeros calatravos que residían en la corte para celebrar en ella tanto sus oficios religiosos como sus capítulos
Poco después era proclamada la 1ª República, teniendo las monjas que desalojar su convento, ordenando entonces su residencia con las Comendadoras de Santiago. Dicho traslado imposibilitaría la recepción de nuevas vocaciones, motivo éste que obligaría a salir en 1896 a las dos únicas monjas supervivientes.
Así las cosas surgió otra mujer excepcional: Doña Concepción Baró, única superviviente de las monjas salidas de la calle Alcalá. Ayudada por los Caballeros Calatravos, y más concretamente por el Marqués de Pico Velasco, D. Federico Reinoso, abandonó la Comunidad de Santiaguistas junto a Doña Francisca Bayo, estableciéndose en el antiguo Convento Dominico de Jesús María de Valverde, en el pueblo de Fuencarral, que estaba vacío desde la Desamortización. Era el 13 de agosto de 1896.
Allí la comunidad pudo rehacerse numérica y económicamente, a la sombra de otra gran figura providencial, la Madre Pilar Carrasco. La Reina Mª Cristina y la Infanta Isabel fueron las mayores y más insignes benefactoras de la comunidad en esta época, que en 1902 recibía nuevas Constituciones, trasladándose en 1912 al paseo del Pintor Rosales nº 12. Sería aquí donde se les dotó de una nueva casa, aunque las hermanas no permanecerían en ella durante mucho tiempo. Llegó la 2ª República, luego el llamado Movimiento Nacional, con todas las tragedias, muertes y revanchas. El cuartel de la Montaña, que estaba frente al Convento, fue asaltado el 20 de junio, y el 9 de agosto, éste fue incautado y las monjas, tras dos días de interrogatorios, fueron a parar a la cárcel, siendo entonces reducido su edificio a un montón de ruinas.
La guerra terminó y la Comunidad, por mandato del Patriarca D. Leopoldo Eijo y Garay, se reunió en el antiguo beaterio de las Magdalenas de la Penitencia, sito en la calle Hortaleza, nº 88, de Madrid.
Será a partir de 1965 cuando la comunidad pasará a formar parte de la Federación de Monjas Cistercienses de la Regular Observancia de San Bernardo de España.
La búsqueda de un lugar más idóneo para vivir su vida monástica les llevó a dejar el inmueble sito en la calle Hortaleza en 1977 y, durante dos años, mientras se adelanta la construcción de un nuevo monasterio en plena sierra madrileña, residen en la calle Dolores Povedano, 11, instalándose finalmente la Comunidad en el monasterio que actualmente habita en Moralzarzal, el 1 de Febrero de 1980, aunque su iglesia no se consagraría hasta el 3 de noviembre de 1989
Vida
La vida cotidiana de la monja cisterciense se desarrolla en un espacio concreto y determinado: el monasterio, que gira simbólicamente alrededor del claustro. Es ahí donde debe vivir, en sincera comunión fraterna con sus Hermanas, desgranando y recorriendo el tiempo determinado que es su vida personal, entregándose a su quehacer cotidiano monástico. En cierto sentido, puede decirse que la monja recibe el don gratuito de su vocación con su género de vida concreto y hace, con su profesión, una renuncia a su propia vida a favor de la humanidad, después de este momento ya nada le pertenece en exclusiva, ni «su» tiempo, ni «su» voluntad, embarcada en una aventura divina trata de ir dando la vida paso a paso, con arreglo a un programa bien determinado: la vida monástica. Su vida está jalonada por los distintos oficios litúrgicos que van marcando y dando forma al diario vivir.
La privada abarca la oración propiamente dicha, que es ayudada y preparada con la práctica de la «lectio» con su escalada tradicional de «lectura», «meditación», «oración» y «contemplación», para darla vida el silencio se convierte en ayuda imprescindible que cultiva y mantiene la presencia viva del Señor, el esencialmente OTRO, presente y actuante en toda la vida.
La oración litúrgica tiene sus propias connotaciones monásticas, la monja ora para el mundo, por él, y en su lugar y sobre todo ora con, en unión de Cristo, así su tiempo de oración queda donado y trascendido, convirtiéndose en un tiempo de estrecha unión con Dios y de participación en su misterio.
La oración litúrgica gira alrededor de la Eucaristía diaria, fuente y fin de toda vida interior, resumen y actualización, en el aquí y ahora, del misterio cristiano y que en el monasterio se trata de dar la mayor solemnidad posible por medio del canto y el cuidado pormenorizado del ceremonial, día tras día al aire del año litúrgico que ayuda a la monja a revivir y asimilar el misterio de la redención.
Junto a la Eucaristía está la Liturgia de las Horas, que es la otra gran plegaria de alabanza y acción de gracias que va marcando, jalonando y dando ritmo al diario vivir y acontecer, al que va iluminando hasta dar luz y valor nuevos a la vida de la monja, ayudándola a trascender lo trivial, común y ordinario de cada jornada, durante toda la vida. Tiene dos ejes: uno abarca todo el año litúrgico, el otro más reducido, semanal e incluso diario que nos ayuda a vivir el momento presente, según la hora del día que se rece.
La jornada comienza a las 5 de la mañana, a las 5,30 tiene lugar la celebración de las Vigilias. Esta «Hora» tiene un fuerte carácter bien definido. Es el primer rezo oficial del día, que aún no ha llegado. Se sitúa en la «noche» con todas sus connotaciones. Quiere ser una ayuda eficaz para todos los hombres que viven fuera del recinto monástico y que pronto se prepararan para vivir una nueva jornada; los trabajadores nocturnos, los enfermos, los agonizantes, los que pasaron la noche en vela buscando falsas quimeras de espaldas a Dios, los que viven la propia noche de la fe, del olvido, los que han visto sus noches iluminadas por la luz siniestra de las bombas, los refugiados en campos infrahumanos… Son tantas y tan graves las situaciones que puede vivir el hombre actual y de todos los tiempos… La voz orante y pobre pero firme de la monja quiere acoger a todos, presentar el mundo a Dios y pedirle que siga manifestando su gloria… Como fondo de tantas necesidades, de tanto dolor humano. Vigilias es la Hora de la vela, de la vigilancia por excelencia, de la espera del retorno del Señor, tiempo de alimentar con aceite las lámparas para que se mantengan encendidas.
La salmodia, los himnos, las lecturas de la Palabra de Dios, y de los Santos Padres, los responsos y las oraciones se suceden, nos advierte San Benito: » que el corazón concuerde con los labios » la mente se va llenando de la Palabra, misión y trabajo personal de cada Hermana que tendrá que ir llenando con ella el corazón, cual si de un receptáculo se tratase. Su celebración se prolongará por un espacio de tiempo variable, según los días y fiestas que se celebren, pero nunca bajará de los ¾ de hora, y rara vez superará la hora y 45 minutos.
Hasta las 8,20 que comienzan Laudes, tras el desayuno y arreglo de celda, se tiene un tiempo personal de «lectio» oracional y personalizadora, tiempo sumamente importante para la escucha atenta de la Palabra.
A las 8,20 comienzan los Laudes, rezo de la aurora o del amanecer, en ella se impone el ofrecimiento de la nueva jornada. La alabanza se funde con la súplica por la misma Iglesia, y por toda la humanidad, que se supone se está enfrentando a un nuevo día con todas sus necesidades y problemas. Con esta «Hora» comienza el oficio diurno, que regularmente va sembrado de alabanzas y súplicas todo el día sobre todo en los momentos más significativos y puntuales. Con la ayuda de esta celebración se consagra al Señor el comienzo del día monástico. Como fondo está la recomendación apostólica de «orar sin interrupción». Junto con Vísperas es llamada «Hora Mayor». Las evocaciones bíblicas de esta oración son muy fuertes: la luz que hace comenzar el nuevo día se superpone con la luz nueva de la creación y con la que irradia Cristo Resucitado, verdadera Luz del mundo.
A continuación -9 de la mañana- se celebra la Eucaristía, que como la Liturgia de las Horas es cantada a diario. Es por excelencia el sacrificio de acción de gracias fuente y cumbre de donde dimana toda vida espiritual, misterio de amor donde diariamente se renueva el sacrificio redentor de Cristo el Señor. Momento de recibir el alimento que dará fuerza y forma al diario caminar. Tiempo de elevar las manos en unión de Cristo, bendiciendo a Dios…
La oración silenciosa y personal se prolonga durante media hora, concluida ésta -hacia las 10 de la mañana se tiene el canto de la hora de Tercia.
El trabajo monástico se ha presentado frecuentemente como el 2º binomio querido por San Benito para sus monjes, el famoso » Orat et labora «. La realidad del trabajo sigue siendo hoy una fuente de ascesis personal para el monje. Es el medio normal de recabar la propia subsistencia y el socorro para todos aquellos que demandan la ayuda del monasterio para paliar sus necesidades más básicas y fundamentales. » Somos auténticos monjes cuando vivimos de nuestro trabajo» nos recuerda la Regla de San Benito. Dada la competitividad social en la que vivimos no se puede eludir en algunos momentos, al menos, una cierta preparación de la monja para realizar profesionalmente bien su trabajo, con creatividad, responsabilidad y eficacia. Todo ello como derecho y deber, según las posibilidades de cada una, sin perder de vista que este tiempo es una ocasión privilegiada de participar en la obra divina de la creación. El trabajo a veces puede ser arduo y duro, pero siempre debe ser solidario con los demás trabajadores, redentor para con el mundo y gozosa escuela de caridad fraterna.
Además de los trabajos comunitarios y de mantenimiento del monasterio, se cuenta con un trabajo para el exterior del monasterio.
La «Hora de Sexta» se celebra a las 13,15 poniendo fin al trabajo de la mañana. Como el resto de las «Horas Menores» es una ayuda para orar durante el día interrumpiendo el trabajo.
La comida silenciosa y con lectura en voz alta de una Hermana sigue a este rezo.
A las 15,15 el rezo de «Nona» vuelve a reunir a la Comunidad en la plegaria en torno al altar, con las mismas connotaciones litúrgicas de las «Horas Menores» anteriores.
De 15,30 a 16,30 la mayor parte de los días, pero no todos, se dedica un tiempo al intercambio informal de opiniones, a la puesta al corriente de diferentes noticias, o al paseo tranquilo, cuando el tiempo lo permite. A continuación nuevamente se retoma el trabajo, cada cual el suyo según las distintas asignaciones y obligaciones. Durante la tarde se puede contar con un espacio de tiempo libre para el estudio, la «lectio» personal, hasta las 18,45 que se celebran las «Vísperas».
«Vísperas» es la otra gran Hora Mayor, se celebra al comienzo de la caída de la tarde, es como una llamada al recogimiento oracional, al silencio que empieza a envolver a la naturaleza. Quiere recoger en estos momentos a todos los hombres y presentárselos al Padre una vez más en una gran y solemne acción de gracias por todo lo bueno que ha derramado en la jornada sobre la humanidad, sobre cada uno de sus hijos. En el Antiguo Testamento era la hora de la ofrenda del incienso, siendo para nosotras el momento oportuno de levantar las manos al Señor.
Le sigue nuevamente la oración silenciosa y personal en Comunidad, durante media hora. Concluida ésta, sobre las 19,50 tiene lugar la frugal cena, también en silencio, y tras unos minutos libres las Hermanas se reúnen a las 20,35 en la sala capitular donde la M. Abadesa u otras Hermanas exponen distintos temas.
A las 21:00 comienzan las «Completas», es el último rezo comunitario del día, su cierre oficial que termina allí donde comenzó: a los pies del altar. Es un rezo sereno y orante, que entreabre un poco la puerta de la existencia a la eternidad… Su colofón es el canto de la Salve a la Señora, a la Madre, que si bien durante todo el día ha ido recibiendo el canto final de todos los rezos ahora tiene un solemne broche.
Este es a grandes rasgos el día laboral, paso a paso, vivido en nuestro Monasterio. Los domingos y festivos tienen un carácter celebrativo algo diferente. La Eucaristía se celebra, con la máxima solemnidad posible, a las 11 de la mañana y el tiempo dedicado al trabajo se convierte en tiempo de libre empleo: paseo, rezo personal, estudio, lectio, una especie de descanso ocupado, vivido a tope por cada una que nos hace vislumbrar un poco lo que podrá ser un día el verdadero «descanso sabático» de la eternidad.
Ubicación
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Autobuses:
Empresa Francisco Larrea, S.A, Tfno. 91 857 71 49. Parada en Gigante.
Salidas de Madrid: desde el intercambiador de Moncloa, dársena nº 2
desde el intercambiador de Plaza de Castilla Tfno. 91 857 71 49. Parada Gigante
Empresa J. Colmenarejo, Tf. 91 845 00 51 / 91 846 17 43. Parada en Gigante.
Salen de Madrid del intercambiador de Pza. de Castilla, Andén nº 6
La estación de ferrocarril más próxima es la de Villalba, a 9 Km
Hospedería
El monasterio cuenta con una hospedería de 15 habitaciones, mixta que permanece abierta durante todo el año. En ella se trata de dar acogida a aquellas personas que lo solicitan y tienen necesidad de unos días de retiro, de silencio interior o simplemente de hacer un alto en su caminar cotidiano. Es un medio de antigua y arraigada tradición monástica, de compartir con las demás personas el bello marco natural que rodea el monasterio, el silencio, incluso la oración de la comunidad, ya que la iglesia monástica permanece abierta al público durante todo el día y se puede disponer libremente de los libros necesarios para participar en la liturgia.
Su régimen de silencio y recogimiento garantizan el ambiente de soledad y respeto para todas las personas que se acercan a ella.
Bibliografía
La bibliografía que ofrecemos no pretende ser exhaustiva. Dada la estrecha conexión que durante siglos se ha dado entre la parte masculina y femenina de la Orden, a veces se hace necesario acudir a una u otra para esclarecer el conocimiento preciso de alguna época determinada. Es el caso de los capítulos masculinos de la Orden donde también se legislaba para las monjas. Esto justifica la reseña de algunas de las «Definiciones» que pueden ser utilizadas provechosamente para el conocimiento y profundización de las dos ramas de la Orden.
- · Definiciones de Don Guillermo de Morimundo, a la orden ynclita caballería de Calatrava en tiempos del maestre don Rodrigo Téllez Girón, 1466 (R.A.H. 9/4910) .
- Origen, Definiciones y actas capitulares de la Orden de Calatrava, Valladolid, 1568.
- Definiciones de la Orden y caballería de Calatrava, con relación de su constitución, regla y aprobación, Madrid, 1576.
- Definiciones de la Orden y caballería de Calatrava, Valladolid, 1600.
- Definiciones de la Orden y caballería de Calatrava, con relación a su institución, regla y aprobación, Valladolid, 1603.
- Definiciones de la Orden y caballería de Calatrava, conforme al capítulo general celebrado en Madrid, año de MDCLII, Madrid, 1661.
- Regla y Establecimiento de la orden de caballería de Calatrava, Madrid, 1748.
- Fernández Llamazares, J. Definiciones de la orden y caballería de Calatrava. Madrid, 1576.
- Fernández Llamazares, J. Historia Compendiada de las cuatro órdenes Militares Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, Imprenta de Alhambra y Compañía, Madrid, 1862.
- Guillamas, M. Reseña histórica del origen y fundación de las Ordenes Militares. Madrid, 1851.
- Rades y Andrada, F. Chronica de las tres órdenes y caballerías de Santiago, Calatrava y Alcántara.Toledo, 1572.
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